“Sólo salgo para renovar la necesidad de estar solo” -Lord Byron
Es una verdad conocida por todos los viajantes capitalinos que hay algunas excepciones a la normalidad citadina. Son – si me permiten – errores urbanos, espasmos del sentido común que no van con las reglas del comportamiento general y frecuente.
Es por su característica atípica que dichas excepciones merecen ser contadas. Acá va una que me pasó a mí. En el colectivo.
Por razones obvias para cualquiera de los lectores del blog, yo necesito terapia. Y no cualquier terapia, sino psicoanálisis freudiano del serio. Por otro lado, mi condición de madre soltera no heredera de ninguna fortuna patricia hace que tenga que trabajar largas horas.
Mis horarios de terapia, entonces, son cuasi inverosímiles: Sábados a las 8, Martes y miércoles a las 20:10. No son los más confortables horarios para desnudar el alma pero terapia no tiene que ser un espacio confortable, sino más bien lo contrario.
Resulta entonces que mi terapeuta atiende en la preciosa Avda Del Libertador, en el barrio de Nuñez. Y para llegar hacia su diván yo necesito montarme en el 107.
Hasta ahí, todo muy normal.
Hasta este sábado pasado.
Creo que porque me levanté cinco minutos antes lo conocí: Llegó a la parada con la música estridente y bien sintonizada, atestado de chicas y chicos : el Bondi Del Amor.
Atendido por su chofer-DJ que pasó en el viaje de 20 minutos temazos de Gloria Gaynor, Depeche Mode, Lady Gaga, Madonna, Prince, George Michael. Pero no de cualquier forma. No Señor. Este hombre ha nacido para musicalizar recorridos, yo se los digo.
Cuando me subí me di cuenta que, a diferencia de otros sábados, la población colectiveril era extremadamente joven. Extremadamente. Yo era, por lejos, la más vieja.
Había estudiantes:
- Un grupo de chicas de diseño de indumentaria, riendo y señalando prendas en sus Vogues importadas.
- Un grupo de estudiantes de educación física. Zaparrastrosos pero concientes de que con sus físicos privilegiados no se necesita invertir en indumentaria.
- Un par de intelectuales hippies, cargando apuntes pesados.
- Había quien venía de trasnochar, con el maquillaje apenas corrido, ellas y con el pelo apenas revuelto, ellos.
- Dos o tres parejas que como se debe, chapaban en el asiento trasero.
Y ahora yo, que me desplacé hacia la mitad del ómnibus y me puse a tararear las canciones para no resultar tan sapo de otro pozo.
Y entonces lo vi: parado al lado mío y con los ojos igualmente desorbitados estaba él.
Casi cuarenta, vestuario standard. Peinado. Creo que, como yo, sentía la falta del swing necesario para pertenecer al grupo de abordo.
Me miró unos minutos y finalmente preguntó, como implorando:
-“¿Te conozco? … Vos trabajaste conmigo en Coto, ¿no?”
Demás está decir que no había visto al hombre en mi vida.
Pero entendí rápido y contesté.
-“Nunca trabajé ahí, pero seguramente nos habremos cruzado, vos también me resultás familiar”
Y sonreí.
Resopló aliviado y no me volvió a dirigir la palabra en todo el trayecto.
Hay días que no es fácil ser solo.