«Gotta think quick, like a game of Tetris» – The Cleaner
Juan, hijo de quien les escribe, que tiene casi 6 años y que es ya eximio científico (experto principalmente en juntar piedras exóticas y coleccionar caracoles multicolores, observador de comportamiento de insectos varios y explorador de historias de expediciones y otros misterios irresolutos), también reparte su tiempo libre que encaja entre sus horas de educación formal en el SaintX y mi propia llegada por las noches, en actividades diversas como leer libros de Verne y Walsh, jugar a las escondidas con sus tíos, cocinar con su abuela y practicar el único video juego de consola que su escéptica madre aprueba: el tetris.
Es así, que a razón de una hora promedio de práctica por día, el pequeño saltamontes se convirtió en algunas semanas en un sorprendente jugador, superando ampliamente las magras explicaciones que yo he podido darle leyendo wikipedia antes de lanzarlo al camino del autodidactismo.
Capaz de razonar las lógicas necesarias para triunfar en el juego de acomodar piezas sin dejar blancos, intenta enseñarme, ahora, con palabras que suenan aproximadamente así:
-“Mae, de nada sirve que te preocupes por la jugada actual. Eso es cortoplacista. Si solo considerás la ficha que está cayendo en este momento vas mal, muy mal. Es importante el contexto: tener en cuenta a las piezas que vienen después. Si agudizás la mirada ves que están en fila, esperando que acomodes esta que está ahora cayendo para inmediatamente saltar al vacío.”
Me da el joystick y trato entonces de ampliar la mirada. Poner el foco en lo que va a venir, no en el ahora. Me pregunto como es posible que sea tan evidente para un six-year-old que habitualmente me encuentre enfrascada en situaciones en donde no tengo en cuenta lo que viene. Y cuando el futuro se presenta no estoy preparada para hacerle frente.
Por castigarme con un ejemplo pienso en cuantos tipos han sido solamente eso para mi: la promesa de una (buena?) noche para hoy, pero que no contemplaba la posibilidad de ningún proyecto. En cuantas veces me involucré en historias ridículas, inadecuadas, inservibles, solo teniendo en cuenta la pieza que necesitaba encastrar en ese justo momento, aunque ubicando las fichas de esa manera a la larga complicara las posibilidades de ganar el juego.
-“Bien, Má! – Me felicita Juan, despertándome de mis metafóricas cavilaciones.
-“Ahora que aprendiste esto te muestro otra cosa que también deberías tener en cuenta” – dice mi hijito y a continuación, enuncia algo así como lo siguiente:
“No subEstimes el valor de una línea: aunque sepamos que hacer “Tetris” (para los ignotos, les cuento que eso es hacer 4 líneas juntas) da un plus de puntos, no debés menospreciar el trabajo de ir llegando al objetivo línea a línea. Es, tal vez, menos adrenalínico y un poco más aburrido, pero es probable que por ese camino llegues más lejos.”
Pienso entonces en el riesgo. Está bien que el que no apuesta no gana pero… ¿es necesario poner en juego todo lo que una tiene cada vez? ¿No sería mejor ir cediendo partes pequeñas, en lugar de arriesgarlo todo? Seguro. Si sale bien, te da el bonus de resolver mucho en una sola jugada… pero… ¿y si no?
Ubico mal una línea y me frustro. Exhalo un grito y largo una serie de improperios destinados a castigar mi propia impericia. No tengo ganas de seguir jugando si no puedo superar a un nene que tiene solo un quinto de mi edad. Me rindo y las fichas empiezan a caer en forma azarosa. Es mucho trabajo, me doy por vencida.
Juan me vuelve a llamar desde la tierra con su último consejo:
-“Y otra cosa más, Mami. Nadie puede pretender jugar de forma inteligente todos los juegos. Tranquila, respirá hondo y volvé a empezar…”
Sonrío, reconfortada por su sonrisa.
Estoy criando a un monstruo.